«La rebelde», llama mi madre.

Desde pequeña he agarrado los camiones de mi hermano, los Hot Wheels y armar pistas de carrera. Fruncía el ceño mientras hacía muecas simulando los ruidos del ruidos del carrito de juguete. Esa era mi diversión, no los bebés de plástico que mi abuela me regalaba.

Veo las fotos de la infancia de mis amigas: vestidos con moños, zapatitos con calcetas de encajes, ridículas trenzas en sus cabezas y las sonrisas en sus rostros. Mis fotos: pantalones de mezclilla en su mayoría heredados de mi hermano mayor, camisas estampadas de diseños y tenis… siempre de tenis.

Oh, y con el cabello corto. De no ser porque en las fotos escolares yo traía falda, fácilmente pude haber pasado por un varón.

Como odiaba mi mamá la manera en la que yo me vestía.

Cuando fui creciendo escuchaba que mi mamá pedía que la ayudará a hacer comida, a barrer, a hacer deberes hogareños mientras mi padre y hermano se sentaban a ver la televisión. Me quejaba pero ella decía que tenía que hacerlo por ser mujer. Nunca entendí porque pero siempre tuve que hacerlo aunque moría de rabia por dentro.

Mi hermano salía, iba de fiesta y llegaba a altas horas de la mañana, podia fumar en la casa; yo tenía que llegar de la escuela, estudiar, apenas me acostaba en la cama y mi madre llegaba al cuarto a decirme que debía de ayudarte a hacer la comida.

Era una adolescente y deseaba que ser una chica no decidiera que podía y que no podía hacer. Pero al parecer era la única, mis demás amigas tenían más libertades, sus padres eran más accesibles. Salían a fiestas, a plazas a dar la vuelta, les compraban mil y un cosas y yo… yo no tenía esa «suerte».

Le pedía permisos a mi mamá y ella se negaba. Le pedía permiso a mi papá y rara vez me los daba. Le trataba de hablar a mi hermano y siempre se alejaba.

Me cambiaron de escuela a petición mía y con sumo esfuerzo. Era una escuela fea, una reclusorio que parecía tener a los adolescentes mas rechazados de la sociedad. Niñas mimadas que se creían reinas del colegio, chicos de sueños raperos frustrados, los gorditos gamers, las chicas que eran de barrio, los que se la pasaba grafiteando… en fin. Y ahí estaba yo en mi lucha por ser diferente.

Comencé a fumar, a beber, a usar ropa oscura, a escapar de las clases e ir a cualquier lugar menos la escuela, a hablar con chicos y tener novio… Pero nada de esas cosas fue muy de mi estilo, excepto el vestir de negro.

Mi madre dijo que era una rebelde, que fuese más femenina y que me comportara. Que era una señorita de casa y debía estar en casa, afuera, en la calle, habian muchas cosas feas y era mejor no arriesgarme.

No arriesgarme pero tampoco tener tiempo de vivir.

La juventud era una etapa de experimentar, de hacer, de conocer, de salir de fiesta y las primera borracheras, de ir a las casas de mis amigas, de conocer chicos y romperme el corazo mil veces… pero no me dejaban. Parecía como si mi madre tuviese el pensamiento del pasado: la mujer debe estar en casa y el hombre trabajando y mantenerme. Si era así, ¿Por qué entonces me decían que tenía que estudiar la Universidad y ser alguien en la vida, si me iban a meter la idea de ser ama de casa?

No lo entendía y eso que me pasaba las horas deprimida en mi habitación hasta que ya no pude mas.

Lamentaba haberle causado dolores de cabeza, lamentaba que a pesar de que mis padres se habían esforzado por darme ropa, estudios, un buen teléfono, la lap top con la que me entretenía y tenerme mucha paciencia, lamentaba que siempre ella terminará enojada conmigo cuando le levantaba la voz, cuando mi temperamento momentáneo la lastima con crueles palabras. Cuanto lo lamentaba.

Pero ya no podía seguir sintiéndome un pajarillo enjaulado si mi cabeza a cada segundo rogaba libertad. Así que tome mi largo cabello y pase las tijeras hasta los hombros, me corte mechones y ahora tenía una cabellera ondulada al estilo de una rock star. Salí de la casa y fui al estudio de perforaciones por el cual había pasado varias veces y deseaba poder entrar. Me puse las botas negras que tenía guardadas en el fondo del armario, pantalones entubados y una holgada chamarra.

Cuando mi madre llego del supermercado estaba dispuesta a huir de casa si era necesario. Esperaba una discusión. Una bofetada. Pero casualmente no fue así, casualmente solo me miró, me dijo que desde pequeña le había causado dolores de cabeza por mi manera de ser, que siempre había querido ser diferente y no ser tan delicada.

Que a fin de cuenta yo le recordaba como había sido ella de joven. Cuando se escapaba de la casa y su madre la había obligado a ser la mujer que era ahora (una buena mujer eso sí, pero), a reprimirse. A ser la esposa perfecta y no ser como ella era.

Agradecía que yo si hubiese tenido la valentía de ser quien era.

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