Necesito viajar

¿En alguna parte de México existen esos pueblitos modernos y a la vez aislados como los que aparecen en las películas estadounidenses?

(¿Por qué siempre inicio con una pregunta?)

Esos lugares que tienen su esencia y tranquilidad a la vez, donde los bosques están a las afueras, tienen cafeterías muy concurridas, hasta un cine propio y todo mundo se conoce porque han vivido ahí generación tras generación.

Lo digo en serio, ¿dónde están? Que mi mente se está encerrando en la misma monotonía.

Estoy bien.

Estoy viva.

Si algo no funciona, no me apegaré. Apegarse es sufrir y sufrir te aleja de lo que quieres. Y lo que quiero es felicidad.

Ignoraré aquello que deteste porque no merece mis energías.

La paz está en uno mismo.

Si te encierras en tu circulo de miseria, todo lo que has detenido, caerá sobre ti.

Me levantaré y no me cegaré a lamentarme en el vicio.

No juzgaré. No maldecire. No envidiaré.

Cada uno tiene su vida.

Mientras otros llegan su boca de ponzoña y apuñalan por la espalda.

Otros miraremos lejos y agradeceremos lo que tenemos.

Alguien diferente

Quiero alguien que explore. Alguien que al despertar en el colchón del suelo, se levante a darme un pan con mantequilla, fresas y un café; me miré a través de la Canon y cuando acabe de comer diga que hoy tiene ganas de ir a visitar un pueblo mágico, un bosque. Mientras yo me duché, él acomode mi ropa en la cama para agilizar todo.

Alguien de short, de piel desnuda con el cabello alborotado y la sonrisa mas hermosa que jamás haya visto. Que cargue con la cámara y una libreta siempre. Que su hobbie sea coleccionar artesanías y amar la naturaleza mas que nada.

Quien no tema levantarse temprano para las grandes aventuras, quien ame aprender las comidas mas exóticas y me anime a comer lo que nunca he pensado. Quien pueda ponerse un traje y corbada, probar los peinados mas extraños, no tema pintarse el cabello y ame estar en ropa holgada todo el día. Que guste los rayos del sol por el nuevo comienzo, pase las tardes meditando que mas debe hacer con su día y en las noches busque una película, agarré los juegos de mesa o simplemente me arrastre al sillón para tener una tranquila noche de lectura.

Que guste del alcohol pero no sea su máxima prioridad. Que quiera descubrir los rincones mas extraños del mundo sólo, conmigo, con su mascota, con todos sus escasos ahorros o con el dinero que ganó en la lotería.

Quien no se cansé de aprender y preguntarse por las cosas más extrañas que se le pasen por la cabeza, que sea capaz de pararse frente a una persona en la calle y lo ayude en algo, que tenga curiosidad ser saber como se hacen los sombreros de paja, como es la escultura, sobre a donde va a parar el popote de una bebida, cómo nace el pasto y escuché las cosas más ridículas y sueñe despierto sin temor al que diran.

Alguien que disfrute de todo esto pero sepa poner los pies en la tierra cuando sea necesario, que sepa cuando las cosas van mal, cuando se está pasando en algo y sepa poner stop para retomar el camino.

Que sus sueños sean sin límites, y si alguien intenta detenerlo, si yo intentase detenerlo, sepa hacer caso omiso, esforzarse más o por el contrario, irse.

Que sus alas siempre estén para volar y no tema a estar conmigo o sin mí. Con alguien o sin nadie. Porque su libertad será solo de él y sepa que no se puede cambiar a alguien, no se puede limitar a nadie, no se puede obligar a nadie y no se puede prohibir a nadie.

Si hay roces, que sepa hablar, que se esfuerce por hablar en lugar de ir a dormir con dolor en el pecho.

Alguien que no sé si exista.
Si no, no importa. No le temo a caminar sola.

Alguien.

4:00 a.m

Me he despertado a esta misma hora, pocos minutos después, minutos antes de las cinco. Pero siempre en esta hora.

No es sólo despertar y volver a dormir. Despierto de la nada, después de una pesadilla, despierto por cualquier ruidito insignificante en la casa, despierto y ya no puedo volver a dormir. Y si por mera casualidad sucede, siguen cinco o seis horas de sueño y vuelvo a abrir los ojos cuando ya es de tarde.

No lo entiendo.

Me llega el pánico, me llegan las tonterías a la cabeza, me llegan mil y un cosas que me impiden cerrar los ojos.

Algo está pasando cada noche.

¿Qué es?

Alas de una persona

No, no me refiero a los que ya no están aquí.

Me refiero a quienes somos. A la esencia de cada uno. Esa risa como puerquito que alguien tiene, el tic de apretar los puños cada vez que está asustado, el hacer cosas fuera de lo común cuando esta aburrido, el hobbie de salir al bar favorito cada fin de semana, el dormir 12 horas seguidas cuando está muy cansado, el reírse como loco cuando se trata de un asunto serio, el siempre querer conocer personas nuevas…

Me refiero donde una o un par de cosas que hace una persona la hacen ser única. La hacen ser quien lo conociste, de quien te enamoraste o tuviste una gran amistad.

No me refiero a malos hábitos.

Me refiero a no quitarle a una persona lo que es por hacerlo la persona que uno quiere que sea.

La elección del día

«Hoy aprendí que si eres feliz con quien estás, con lo que tienes alrededor. Así pase un año, dos años, cinco años o toda una vida; yo seré feliz de que tú lo seas.

Leo «

Cerré la última carta. Dudé si debía añadir algo más, no quería acabarla porque eso significaría el final. «Así sea acosta de que aún te amo».

No. No era lo correcto.

Acabé mis 456 cartas. Está ya era la última. Me había cansado de esperar un amor que ya no regresaría a mi por mas que lo intentara. ¿Quién dice que un hombre no puede amar, al grado de perder la cordura, a una mujer? Yo fui un ejemplo de ello y a la vez una vergüenza.

Mis amigos se habían rendido de hacerme entrar en razón. Pero así como Summer se despertó y supo que él era el indicado. Yo, como una epifanía, supe que ya no podía más com esto.

Entendí todas las veces que ella me miró a los ojos y me dijo que fuera fuerte. Me estaba preparando para esto. Entendí lo que la frase «disfruta, no te apegues y que todo fluya», significaba.

Doblé la carta y la eché en el bote de aluminio. Todo ese papel seria una excelente fogata para hoy en la noche, cuando el frío me calara los huesos.

Bebería vino hasta que mi cuerpo se inspirara.

Total, mañana ya seria un nuevo día.

Así pasen las horas, los días, los meses. Sigo teniendo la misma idea en mi cabeza. Sigo teniendo ese cuento infeliz en mi mente, creyendo que un día despertaré y a pesar de que amo todo lo que tengo ahora, puedo despertar y regresar a tus brazos.

Me levantaré con lágrimas en los ojos y me abrazaras como lo hacías cuando tenia una de esas frecuentes pesadillas. Limpiaras mis mejillas y me prepararas el desayuno. Sin dejar que yo me levanté, esperando a que me calme.

No quiero morir

No quiero morir.

Me gustaría ver crecer aquel árbol que planté, que este tan alto que se pierda hasta el cielo. Y fuera verlo día tras día.

No quiero morir.

Hay veces que me pregunto si me alcanza una sola vida para visitar los lugares más recónditos del mundo. No he acabado de conocer cada pueblo, cada callejón, cada monte, cada autopista y cada brecha de mi ciudad. ¿Cómo me alcanzará una vida para recorrer todo el resto del mundo?

No quiero morir.

¿Cómo podré ver si lo que hice con tanto esfuerzo valió la pena? Si realmente logré un cambio para bien. Si hice que unos dejarán de sufrir.

No quiero morir.

Quiero sostener la mano de aquellos que aún no conozco y estoy destinada naturalmente a no conocer por culpa de los años.

No quiero morir.

Quiero seguir redactando, seguir aprendiendo cada día algo nuevo y vivir sabiendo que no tengo de que preocuparme, porque «ese día» nunca llegará.

¿Por qué debe de suceder?

«La rebelde», llama mi madre.

Desde pequeña he agarrado los camiones de mi hermano, los Hot Wheels y armar pistas de carrera. Fruncía el ceño mientras hacía muecas simulando los ruidos del ruidos del carrito de juguete. Esa era mi diversión, no los bebés de plástico que mi abuela me regalaba.

Veo las fotos de la infancia de mis amigas: vestidos con moños, zapatitos con calcetas de encajes, ridículas trenzas en sus cabezas y las sonrisas en sus rostros. Mis fotos: pantalones de mezclilla en su mayoría heredados de mi hermano mayor, camisas estampadas de diseños y tenis… siempre de tenis.

Oh, y con el cabello corto. De no ser porque en las fotos escolares yo traía falda, fácilmente pude haber pasado por un varón.

Como odiaba mi mamá la manera en la que yo me vestía.

Cuando fui creciendo escuchaba que mi mamá pedía que la ayudará a hacer comida, a barrer, a hacer deberes hogareños mientras mi padre y hermano se sentaban a ver la televisión. Me quejaba pero ella decía que tenía que hacerlo por ser mujer. Nunca entendí porque pero siempre tuve que hacerlo aunque moría de rabia por dentro.

Mi hermano salía, iba de fiesta y llegaba a altas horas de la mañana, podia fumar en la casa; yo tenía que llegar de la escuela, estudiar, apenas me acostaba en la cama y mi madre llegaba al cuarto a decirme que debía de ayudarte a hacer la comida.

Era una adolescente y deseaba que ser una chica no decidiera que podía y que no podía hacer. Pero al parecer era la única, mis demás amigas tenían más libertades, sus padres eran más accesibles. Salían a fiestas, a plazas a dar la vuelta, les compraban mil y un cosas y yo… yo no tenía esa «suerte».

Le pedía permisos a mi mamá y ella se negaba. Le pedía permiso a mi papá y rara vez me los daba. Le trataba de hablar a mi hermano y siempre se alejaba.

Me cambiaron de escuela a petición mía y con sumo esfuerzo. Era una escuela fea, una reclusorio que parecía tener a los adolescentes mas rechazados de la sociedad. Niñas mimadas que se creían reinas del colegio, chicos de sueños raperos frustrados, los gorditos gamers, las chicas que eran de barrio, los que se la pasaba grafiteando… en fin. Y ahí estaba yo en mi lucha por ser diferente.

Comencé a fumar, a beber, a usar ropa oscura, a escapar de las clases e ir a cualquier lugar menos la escuela, a hablar con chicos y tener novio… Pero nada de esas cosas fue muy de mi estilo, excepto el vestir de negro.

Mi madre dijo que era una rebelde, que fuese más femenina y que me comportara. Que era una señorita de casa y debía estar en casa, afuera, en la calle, habian muchas cosas feas y era mejor no arriesgarme.

No arriesgarme pero tampoco tener tiempo de vivir.

La juventud era una etapa de experimentar, de hacer, de conocer, de salir de fiesta y las primera borracheras, de ir a las casas de mis amigas, de conocer chicos y romperme el corazo mil veces… pero no me dejaban. Parecía como si mi madre tuviese el pensamiento del pasado: la mujer debe estar en casa y el hombre trabajando y mantenerme. Si era así, ¿Por qué entonces me decían que tenía que estudiar la Universidad y ser alguien en la vida, si me iban a meter la idea de ser ama de casa?

No lo entendía y eso que me pasaba las horas deprimida en mi habitación hasta que ya no pude mas.

Lamentaba haberle causado dolores de cabeza, lamentaba que a pesar de que mis padres se habían esforzado por darme ropa, estudios, un buen teléfono, la lap top con la que me entretenía y tenerme mucha paciencia, lamentaba que siempre ella terminará enojada conmigo cuando le levantaba la voz, cuando mi temperamento momentáneo la lastima con crueles palabras. Cuanto lo lamentaba.

Pero ya no podía seguir sintiéndome un pajarillo enjaulado si mi cabeza a cada segundo rogaba libertad. Así que tome mi largo cabello y pase las tijeras hasta los hombros, me corte mechones y ahora tenía una cabellera ondulada al estilo de una rock star. Salí de la casa y fui al estudio de perforaciones por el cual había pasado varias veces y deseaba poder entrar. Me puse las botas negras que tenía guardadas en el fondo del armario, pantalones entubados y una holgada chamarra.

Cuando mi madre llego del supermercado estaba dispuesta a huir de casa si era necesario. Esperaba una discusión. Una bofetada. Pero casualmente no fue así, casualmente solo me miró, me dijo que desde pequeña le había causado dolores de cabeza por mi manera de ser, que siempre había querido ser diferente y no ser tan delicada.

Que a fin de cuenta yo le recordaba como había sido ella de joven. Cuando se escapaba de la casa y su madre la había obligado a ser la mujer que era ahora (una buena mujer eso sí, pero), a reprimirse. A ser la esposa perfecta y no ser como ella era.

Agradecía que yo si hubiese tenido la valentía de ser quien era.

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